ELENA
ARTAMONOVA
La Muñeca
—¡Es ahí donde te digo!
—¡Todo mentira! Tiene un vallado alto, y detrás de ella pasados los ladrillos, allí solo vive gente peligrosa. ¡Ellos gopearán a cualquier chico que vaya a ese lugar!
—¡No, no miento! ¡No, no miento! Detrás de la cerca hay un agujero. Y después de esos ladrillos hay una historia sobre los chicos que entran. Allí tienen encuentros con fantasmas, a mí no me da miedo. ¿Habéis ido alguna vez?
—Mi madre dice que no es posible entrar en "la construcción".
—No lo conoce. Nosotros después de clase iremos Allí. ¡Entraremos!
—Yo el más pequeño, conozco la segunda entrada, una ventanilla pequeña que solo hace falta girarla... —Había entrado en la conversación el más joven, llamado el pituso porque solo tenía seis años de edad.
Dina, que habitualmente no daba valor a su opinión, esta vez se apoyaba en el comentario de Sergey aprobando sus palabras:
—Hasta el pituso no teme a lo que hay detrás de los ladrillos. ¡Eres solo una niña mimada!
—¡Eso no es verdad! ¡Voy donde quiero, por eso iré! Y, Sergey, tú tienes miedo a la oscuridad.
—¡¿Yo?!
—¡Tu! ¡Tú!
—Ya está bien, parecéis niños. Iremos todos. Os contaré, a propósito de esto, que allí hay más de lo que parece, os lo dice Dina. Hay muchos abalorios de todos los colores... ¡Conseguiremos muchos "tesoros"! Y vosotros no tendréis que envidiar a ninguna de las chicas y chicos.
La tentación era grande.
—Yo voy a ir, —se había pronunciado Tanya después de una corta reflexión.
—Y yo... —Esta vez Dina no prestó ninguna atención en espera de la réplica de Sergey. Él se ofendió por ello, pero fue detrás de las muchachas.
El chico y las dos chicas se habían dirigido a un lado del muro gris de hormigón, en la cerca que tapaba un rincón del patio. Antes había allí un edificio viejo, construido incluso antes de la revolución, era una casa de madera. Recientemente lo habían vallado, pero hasta ese momento seguía ahí en ruinas y no la habían quitado. Ese lugar, en la lengua de los chicos más jóvenes de las casas próximas, era llamado "la construcción".
Dina, la más mayor (ella dentro de tres meses debía cumplir nueve años) era la muchacha más animada de la pequeña cuadrilla, había golpeado sin problemas los tablones descolocados sobre la tierra, y apartando las tablas, se zambullía en la profundidad oscura de aquel basurero. Tanya cohibida y el pequeño Sergey la siguieron con desgana. Las tablas los escondían perfectamente de las miradas extrañas y seguido estaba la hendidura no tapiada con los ladrillos, detrás de la cerca. Dina primero se había levantado para observar, y de seguido se agachaba y se deslizaba por la boca de acceso. Los otros seguían sus pisadas. Y allí ya todos, los tres, estaban en la tierra prohibida de "la construcción".
Tanya, que esperaba ver unas ruinas lúgubres, parecidas a los castillos medievales destruidos, sufría un desencanto. La casa hacía mucho que la habían destruido, y todo el territorio de "la construcción" era ocupado por tablas que estaban agrisadas, que se revolcaban en desorden con pedazos del estuco, ladrillos rotos y otros cachivaches de la construcción. Dina había mentido otra vez, en ese lugar no podía vivir ningún fantasma que fuera respetable.
La mirada de Tanya se posaba en todos lados y por todas partes, Dina había comenzado inmediatamente la búsqueda de los abalorios de colores y otras curiosidades. El pituso había encontrado ya una canica y estaba completamente feliz.
—Mamá... —La voz era tan fina y apagada que a lo primero Tanya pensó que se lo había imaginado. Pero el llanto se repetió: —Mamá...
Parecía que la llamada lastimosa salía de una viga enorme de roble, que en otro tiempo sujetaba el techo de la casa. Tanya trepó con decisión siguiendo la voz.
—¡Mamá! —Le pareció oírlo muy cerca. Los ojos enormes y azules la miraban con confianza y tristeza.
—Oh, pobrecita, ¿cómo te encuentras aquí? ¿Te han olvidado? ¡Estas helada! Y quieres comer, probablemente. Estas muy sucia... Vamos a casa...
Tanya había cogido cuidadosamente la muñeca de ojos azules con el vestido sucio y la envolvió en la cazadora. La acariciaba pensando en sus buenos tiempos pasados, y en esos momentos sus cabellos parecían una estopa parda en vez de pelo. Retrocediendo hacia la parte posterior salió de debajo de la viga.
—Mamá... —Había dicho con voz fina la muñeca.
—¡A ver! Muéstramela... —Dina se acercó y solo Dios sabe de dónde la cogió, sin ceremonias, a la muñeca —. ¿Donde la has encontrado? Déjamela coger.
—No te la daré. Es mi muñeca. No la asustes.
— ¿Y cómo se llama? — Se había interesado Sergey que se acercaba tambien.
—Soy Mila. —Dijo la muñeca, algo después, dando un chillido y pestañeando con sus inocentes ojos azules.
Habiendo quitado el polvo del aparador, la mujer joven se había vuelto extrañada, mirando a la niña:
—¿Donde la has encontrado?
—Allí... En el patio... ¿Se Podrá Mila quedar a vivir con nosotros?
—Eso significa que ya tiene nombre, Mila. Escucha hija, si me cuentas honestamente de donde has sacado esta muñeca, la dejaré quedarse.
—De "la construcción", mamita... —Tanya se dió cuenta del error, y bajó los ojos.
La madre había cambiado su rostro con una expresión severa:
—Tu felicidad es que he dado mi palabra, por eso la muñeca se quedará. Pero serás castigada. Mila se quedará conmigo. Mientras que tu no cambies, Tatiana, y tengas una conducta ejemplar, no puedes acercarte a ella.
—Pero mamita...
—No hay ningún "pero" que valga.
Una mujer alta con andar elegante salía de la habitación llevandose el juguete. Ante los ojos de Tanya que se han envuelto en lágrimas:
—¡Mamá!
Se oía su voz en el silencio de la casa y con el sonido lastimoso de las muñecas:
—¡Mamá!
—Nuestra pequeña ha encontrado una nueva amiga. —Había pronunciado Natalia apagando el cigarrillo sin acabar de fumarlo.
—¿Cómo así?
—Fácil. Ha trepado a "la construcción" y ha encontrado la muñeca. Me parece muy antigua. Pero mírala tú, eres mejor en esto, tú eres el entendido. Esta sobre el armario... Con los juguetes pedagógicos...
Alejandro, a pesar de ser bastante grande y alto, tuvo que levantarse de puntillas para sacarla del alto ambigú lleno de antigüedades, como una bola disforme poco atrayente, a la nueva "amiga" de su hija. Él comenzó con atención a examinar la muñeca, e inmediatamente comentaba lo visto:
—Sí, esto es realmente interesante, está muñeca es de porcelana y una porcelana excelente: Ni una fisura, los ojos son de cristal, se cierran y se vuelven de lado a lado. El mecanismo por lo que veo es simple pero preciso. Las pestañas en su sitio y perfectas. El cabello, en mi opinión, es natural, de algún infante... ¡Uhm! ¡También habla! El trabajo es europeo y tú tienes razón es antigua. De algún sitio en la segunda mitad del decimonoveno siglo o incluso un poco antes, pero es necesario precisarlo. El vestido es una bagatela. Está cosido recientemente y al parecer por una adolescente o una costurera absolutamente incapaz. ¡Es necesaria mucha imaginación para coser así las mangas! El objeto de la fabricación es casero. Escucha... —Alejandro había levantado los ojos —. Cósele a ella el vestido ese de color marfil con las inserciones de encajes. Al colocarle tal se verá incomparable con la fabricación que tiene. La plantaremos en la sala encima de la butaca. Sí... Y el paraguas de encaje en la mano de ella. Tal vez, elabore un modelo de este vestido.
—Tanya cuenta con que vivirá con ella y creo poco probable que permita que la conviertas en un adorno.
—Es una pena. Entonces solo le queda esperar la suerte de todas las queridas muñecas: con los cabellos desmenuzados y repintadas con rotuladores, los pies rotos, las mejillas ensuciadas y... Su pérdida; aunque la porcelana no es plástico. Es una pena, bueno resultaría interesante cambiada de estilo. Al fin y al cabo, se podría vender a un buen precio. Tales chucherías están ahora de moda. Tal vez, hasta sé del comprador...
—Déjalo, Alejandro. Ahora es la muñeca de Tanya.
—Ya lo sé, pero....
El domingo a Tanya decidieron perdonarla. La esperaba el día más feliz y asombroso, con su madre, las dos, se ocuparían de poner guapa a Mila. Toda la semana Tanya se había estado preparando. Sin andarse con cumplidos quitaba de otras muñecas los mejores vestidos. Los lavaba, colgandolos a secar en el balcón, los planchaba y guardaba después. Hacía una habitación de muñecas en un rincón, con la cuna, el espejo y un tapiz pequeño cerca de los pies. Había dado sus juegos de corral a Dina y Sergey. Los días enteros se los pasaba en casa, contando a otras muñecas, que en poco tiempo les aparecería una amiga. En una palabra estaba ilusionada.
Había llegado el domingo. Poco tiempo después del desayuno Mila era sacada del inaccesible calabozo y en seguida caía en las manos habilidosas de Natalia, el lavado de la frágil muñeca de porcelana era un asunto muy difícil y nada infantil. Natalia frotó escrupulosamente la nariz sucia y las mejillas, lavó los cabellos sosteniendo la cabeza de la muñeca de manera que en las órbitas no fuera vertida agua, la peinó los bucles que habían adquirido un matiz dorado, y rizó sus girones viejos de abuela. Después examinaba el trabajo realizado, algo imaginario pero contenta de la propia invención, y mandaba a la hija al dormitorio para traerla el juego de cosmética. Poco tiempo después Tanya tuvo el placer de ver como las pestaña le eran pintadas, a Mila, con la tinta china que tenía su madre, y los labios con carmín recubierto con un esmalte de ostentación de nácar.
Había llegado el momento para Tanya de coger de las manos de su madre a la muñeca. Con veneración, habiéndola aceptado de su madre, a la muñeca que estaba embellecida y reluciente la muchacha le ponía la mejor blusa, la más bonita, que había encontrado en el tiempo que tuvo en toda la semana. Y aun más, había llegado el turno de los pantalones con estampados, cosido por su madre para la anterior favorita, más unos pequeños zapatos de alguna otra... Y por último el turno donde Tanya ataba sobre la cabeza de Mila un enorme lazo azul con una cinta brillante.
—Y bien, aquí está, ahora es toda tuya, Mila no se parece en nada a la que recogiste. Alguna vez le coseremos el vestido de seda con el sombrero de señora, y puede ser, que hasta hagamos un paraguas. Mientras, vé y ensénasela a Mila a sus compañeras. Sí, y a propósito, no me gusta mucho el nombre de Mila. ¿Quieres llamarla de otro modo? Por ejemplo, Elisa o Beatriz...
—No, mamita, Mila ha dicho que la llaman así.
—Dice solamente la palabra " Mamá".
—Habitualmente sí, pero cuando quiere mucho a alguien le habla, pero solo a ella, a ningún otro.
—Puede ser, bueno, pero piensa que ninguna de tus muñecas saben hablar. Son unas simples muñecas.
—Mila no es así, ella está viva.
—¡Hoy todo el día hemos llegamos tarde a todas partes! —Natalia había cogido de nuevo otro cigarrillo y chasqueaba el mechero —. Te cuento, me ha llamado Tanya desde casa, a regresado de la escuela. Ellos hoy han tenido cuatro lecciones, después piscina y Tanya ha cogido frío, le han escrito una nota para dejarla ir a casa. Ella, probablemente ya este allí, ¿como estará ahora?.
—¿Quien podía saber que el vuelo se retrasaría dos horas y media?
—¡Brad corre por favor! Ahora este "tapón" y aquí corriendo los minutos sin salir del atasco.
Alejandro había mirado el reloj:
—Solamente son las cuatro y cuarto.
—¡Para con esa cantinela! ¡Solo son las cuatro, qué diferencia hay! Lo principal es que llegamos tarde. Lo principal es que Tanya estará preocupada sin nosotros.
—Estate tranquila. Los niños no saben estar preocupados por eso. Deja en paz los cigarrillos, en dieciséis minutos me parece que ya es el tercero. Lo más probable es que Tanya ahora no piense en nosotros y se distraiga con la nueva muñeca. Con ella seguro que nada ni nadie la distraera.
—¡Esta inquieta! ¡Ella no es tan insensible como tú!
—¡Natalia! A fin de cuentas hemos ido a buscar a tu hermana y esto es por ti, nada más, yo anoche solo me "alegré" por la idea de traerla del aeropuerto hasta su casa. Después me vienes con esto, yo he dejado el trabajo, he hecho de taxista, de mozo de maletas, de muchacho de los recados. ¡Y ahora soy el culpable de todo! ¡Ahora estoy obligado a escuchar cómo me gritan!
—Perdona, —habiéndose inclinado hacia la parte posterior, Natalia sacaba del asiento trasero el sombrero de señora y el bolso, — no quería ofenderte. Simplemente no puedo estar más aquí, he de salir; Espera; Voy al metro.
—No digas tonterías. Saldremos del "tapón" en seguida, como máximo unos minutos, alrededor de diez. Mientras llegas a la próxima estación, haces el transbordo, y llegas del metro a casa... ¡Natasha, llegaras más tarde que yo!
—¡Alejandro, no puedo estar aquí así, y sin hacer nada!
—¡Discutimos, pero llegaré a casa primero!
—Déjalo... —Natalia con irritación había dado un portazo y comenzaba a cruzar la acera, dando la vuelta alrededor de los coches que se apretaban en un flujo que estaba helado.
Alejandro llevaba mucho tiempo en la puerta de la entrada, esperando, acaba de llamar al timbre de nuevo, esperaba a que abriera la dueña. Le había parecido oír pasos que chancleteaban y después el rechinamiento de la cadena encajada.
Era, Olga Vasílievna. Había una lucha invisible contra las numerosas cerraduras y los pestillos, pero ya se acababan y la puerta se abría. Alejandro entraba en el apartamento y desde el umbral preguntaba:
—¿Cómo esta Olga?
Y sin responder Olga Vasílievna bajaba un poco la cabeza, pero comenzaba a hablar en seguida, sin titubear:
—Volvía justamente de la panadería. De repente ví a Natasha correr, apurada. Parecía tener prisa. La llamé a ver que pasaba —"¿Donde vas?". Como si me lo imaginara... En fin, en todos mis años de vida siempre hueles los problemas, y me acerque despacio... llegué a la entrada. Delante de su apartamento, contemplé la situación, la puerta estaba abierta y todo en silencio. Todo me parecía extraño en cierto modo. Estaba de pie, junto al recibidor, llamé a Natasha y entré. ¡Paso y... ¡Dios mío!, ¡Dios mío! Oh, la pobrecilla...
Alejandro, en ese momento no deseaba entablar una conversación de vecinos, y arrancó rudamente:
—Déjese de lamentaciones, Olga Vasílievna, y sepa que creo en sus condolencias sinceras. Pero tengo que saber que ha pasado.
—Eh, Sasha, Sasha... Ellas estaban en el suelo... Me acerque a ellas, y Tanya estaba fría. Llamaba a Natasha, pero no respondía, la miré y vi que respira. Respira poco. Llamé rápidamente a "la Ambulancia". ¡Me entró miedo, no sé por qué! No sabía qué hacer, me quedé bloqueada. Decidí después avisar a la milicia. ¡Y solo aquí me he dado cuenta que estoy tonta, que ya chocheo! A Natasha parece que la siento y vuelve a recuperar el conocimiento, el sentido... Gracias a Dios los médicos llegaron rápidamente. Hablaban que la muchacha se había envenenado. Ella ya llevaba algunas horas así, estaba muerta. Y ahora me fijo, no lo he notado al principio, alrededor de Tanya había borbotones por el suelo y unas píldoras expulsadas. Sus muñequitas estaban alrededor, una con el termómetro en la axila, que si otra con una venda en el brazo. Se ve que Tanya jugaba a "las farmacias" o a " médicos" y se había tragado las pastillas... Y sonó en la puerta el timbre, "la Ambulancia" había llegado. —"¿Y quién es usted? Preguntan por —¿la madre?" "Sí, le digo, ella se ha desmayado..." Se llevaron a las dos. Aquí es donde has llegado. ¿Cómo esta Natalia?
—Yo solo sé de ella que está estable. La dejaran ingresada, lo más probable, hasta mañana. Tiene que coger fuerzas, todo es normal pero ahora no para de llorar... Alejandro se había dado la vuelta y, sin despedirse, salía del apartamento. Olga Vasílievna se había quedado sola en medio de la antecámara que quedaba vacía.
Después de los funerales de Tanya habían pasado ya dos semanas. El silencio era desacostumbrado en la casa y presionaba la mente.
Aquel día Natalia se había decidido a quitar todas las cosas de su hija. Comenzó con los innumerables juguetes. Alejandro estaba sentado en el sillón callando, sin saber qué hacer. Juntarse a las diligencias de su mujer para él no era para nada posible, no se veía capaz, e irse dejándola a ella tampoco. Las reflexiones eran expulsadas por la voz de Natalia:
—¿Alejandro, donde esta Mila?
—¿Quién? —Él había mirado perplejo la mujer.
—La muñeca. La muñeca de Tanya. Aquella que es de porcelana.
—No la he cogido.
—Estaba con ella. El borbotón estaba en el dobladillo de su vestido. Y ahora ha desaparecido, no está.
—¿Qué más da donde la has metido?
Natalia se había sujetado la felpa del delantal y se acercó al marido:
—No, Alejandro, no. Se ha ido, se ha ido, ha cumplido el terrible asunto que la había traído y ahora busca una nueva víctima.
—¿Sobre que hablas?
—La muñeca ha acabado con nuestra hija.
Alejandro se había echado atrás en la butaca. Con los ojos encarnados examinaba a Natalia que estaba cerca de él:
—No lo pienses más, para mí tampoco es fácil como para tí. No me puedo sacar el hecho de la mente. Déjalo ya cariño, hay que dominarse — Él había sonreído ligeramente—. Sé fuerte y sé que lo eres Natalia. Por esto te quiero. Ven....
—Debo encontrarla.
Habían entrado en el vagón y dejado el ajetreo fuera. Las puertas se cerraron bruscamente y el metro comenzó a alcanzar velocidad. Natalia la había conocido instantáneamente. Los cabellos rubios estaban escondidos por un gorrito anaranjado de punto con un pompón, con ropa deportiva no se parecía mucho, se había hecho a verla con vestidos pomposos con los habituales volantes, pero estaba segura de que era ella. Una dulce chiquilla la apretaba contra su cazadora brillante. La muñeca había conocido también a Natalia. La mirada rapaz que le lanzó la mujer era como una cuchillada, pero en los ojos azules de la muñeca se mostraba una burla no disimulada.
—¿Donde la habéis encontrado?
—¿Perdone...? —La madre de la muchacha había apartado la vista de la revista —. ¿Qué me comentaba?
—La muñeca. ¿Hace mucho que la tiene usted?
La mujer se había levantado:
—Nos vamos. No sé qué quiere, pero no me interesa su conversación. Permítame pasar.
Natalia había salido detrás de su rastro. Sin perderlas de vista marchaba detrás de ellas por una larga estación abarrotada de gente. La mujer miraba. La muchacha apretaba con más fuerza la muñeca. Sobre el acceso a la escalera mecánica a Natalia la empujaron con la presión de la gente, pero habiendo apartado a los transeúntes, de nuevo se había acercado a la mujer y la niña.
—Destruya esa muñeca. ¡Por su bien, hagalo lo más rápido posible, todavía no es tarde, destrúyala!
—¿Que necesitáis, os pasa algo?
—Conozco esa muñeca perfectamente. Hace medio año vivía con nosotros. Sus labios están teñidos con mi barniz, sus pestañas... ¡Pero eso ya no es importante! Ha matado a mi hija. Mátela. ¡Si usted quiere ver a su hija caminar, mátela!
—¡Déjenos! ¡Lo que habláis es absurdo!
La muchacha abrazaba la muñeca con las dos manos. En los ojos brillaban las lágrimas:
—¿Mamá, quien es esta mujer?
—Se lo suplico, escúcheme.
—Bueno..., —la mujer había empujado a la niña hacia delante, al escalón siguiente de la escalera mecánica y la apartaba de Natalia, — pero con una condición, después nos dejaréis en paz.
—Cuando Tanya la encontró tampoco sospechaba nada de lo que sucedía. Hasta un tiempo después... Estaba esperando. Cuando encontró la oportunidad le dijo a mi hija "toma de las baldas aquellas pastillas..." ¡Escuchen, conozco esta muñeca! Es una asesina. Ha quitado la vida a mi hija. ¿Acaso no lo ve? ¡Mírela a los ojos! Ellos lo dicen, en ellos hay centenares de almas inocentes infantiles. Ellas no pueden escaparse. Sufren. No tienen tranquilidad, ninguna paz. Rómpala, libérelas. ¡Rómpala! ¡Su hija morirá! ¡Rómpala!
Natalia había tratado de arrancar la muñeca de las manos de la niña.
—¡Milicia!
La vigilante había empezado a silbar con fuerza el silbato, y aparecía, nadie sabe de dónde, un muchacho grande y en forma que apartó a Natalia de la muchacha que lloraba. De lejos hasta Natalia llegaba:
—¡No comprendo nada! ¡No deseo tener jaleos con los locos! Quería robar a mi hija, déjeme ir. ¡Libren a la sociedad de esta histérica!
La mujer había cogido a la niña y se precipitaba hacia las puertas, que se balanceaban con la corriente de aire, de la salida. Natalia se había lanzado en su persecución, pero el muchacho la retuvo con fuerza. Lo último que vio fue los minúsculos labios encorvados por una sonrisa funesta... Natalia había perdido la conciencia.
—¡Y la verdad es que te has portado como una loca!
Alejandro estaba enfurecido por demás, Natalia lo veía. Su conocimiento de él se lo decía, lo notaba en la voz, en la expresión del rostro, y un poco en el andar desigual y la agudeza injustificada de sus movimientos. Él andaba por la habitación, cogiendo los objetos que se dejaban ver:
—En que pensabas...
—Pero era ella.
—En primer lugar, podrías equivocarte. En segundo lugar, aunque fuera la muñeca, debes solo pensar en cómo esto puede haberle sentado a una mujer extraña. ¡Pero dime cómo es posible! Tanya podría haber perdido esa muñeca. Podría habérsela regalado a una amiga. También en el funeral había mucha gente y alguien podría codiciar el caro juguete. Esto es abominable sí, pero cada uno vive como sabe. Hoy pierdes la cabeza y te tiras encima de las personas desconocidas, ¿y mañana? ¿Mañana qué? Domínate.
—Esto no es una venganza. Compréndelo, no quiero que mueran más pequeñas muchachas inocentes. Es necesario salvar a las que pueda y quedan vivas todavía. Es nuestro deber, el tuyo y el mío. ¡Estás obligado a ayudarme!
—Estás delirando.
—Ahora sé la zona, donde viven, lo registraré todo. ¡Ah, me es necesaria tu ayuda! Con los dos implicados en este asunto irá más rápido todo, pero me da igual, miraré en cada patio, en cada apartamento. Si es necesario daré la vuelta alrededor de toda la ciudad. La encontraré y la mataré. ¡No se irá!
Natalia la buscó. Había recorrido todos las entradas, situada cerca de la estación de metro, informaba, sonsacaba y sentía cada vez más frecuente las miradas de reojo puestas detrás de ella. La contaban por loca, pero continuaba su búsqueda. Había pasado así el invierno. Lo más probable, era lo que temía Natalia, que la muchacha no viviera allí, y sí en algún lugar de las casas nuevas, donde era necesario llegar en autobús.
En este patio ya había estado más de una vez. Los columpios, el cajón con arena roto, las matas de lilas alineadas a lo largo del cercado bajo... El Trisado de los gorriones que se han impregnado de primavera... Tres muchachas que estaban en el banco... Tres abuelas que se habían situado cerca cuidando de ellas... Y ella...
El dia era sosegado, lucía el sol. El asfalto ya seco, estaba lleno de cantidad de dibujos sencillos e inscripciones hechas de colores por los muchachos. Pero la tranquilidad del día claro y primaveral era pura ilusión. Natalia en el corazón sentía cerca la terrible desgracia irreparable. Su primer deseo fue acercarse corriendo hasta la muchacha, arrancarle de las manos la muñeca y con fuerza golpearla sobre el asfalto. Pero algo la paraba, algo le decía que así la muñeca no moriría. —"Primero me acercare a las niñas. Les arrebataré la muñeca y huiré. Y después, más tarde, sin obstáculos la destruiré. Si, la destruiré correctamente, como se debe hacer" —. Había decidido ya Natalia.
No consiguió dar un paso cuando las chiquillas se habían interesado por algo, y riendo y gritando echaron a volar del banco corriendo hacia el final del patio. La muñeca se había quedado sola. Sospechando de todo, miraba una mujer que estaba con desasosiego en medio del patio infantil. Tengo que hacerlo sin tardanza.
Unos tipos en condiciones poco recomendables, que venía en moto de "Zhigulenok", con un estrépito terrible iban velozmente por la senda; unos adolescentes que se habían apropiado de un coche gritaban con entusiasmo, contentos de la posibilidad que ha caído en sus manos. Natalia había comprendido:—"aquí es donde ella morirá, el coche derribará a la muchacha" —. La muñeca estaba en el banco y seguía todo lo que pasaba. Había guiñado un ojo a Natalia. ¿Hacia dónde correr, a por ella o a por la muchacha? Natalia se había decidido, era necesario primero evitar que le pasase algo a la niña, y después ocuparse de ese aborto de infierno.
"El de Zhigulenok" se dirigía hacía el segundo círculo. Natalia echaba a correr hacia la muchacha, pero se resbaló en un montecillo de hielo que todavía quedaba del invierno y no se había derretido, caía y empujaba sin querer a la chiquilla bajo las ruedas del loco del automóvil que pasaba rugiendo...
Natalia se había despertado. Muchedumbre. Exclamaciones. El sol que se batía directamente en los ojos...
—La ha empujado. Se ha acercado corriendo y la ha empujado.
—Hace mucho que vagaba por aquí. Vigilando.
—Es una maníaca...
—Loca...
—¡Asesina! ¡Asesina!
Natalia se levantó sobre su codo y a través de la muchedumbre discernía el banco vacío. La muñeca había desaparecido. La oscuridad de nuevo descendió sobre la conciencia de Natalia.
Elena Artamonova.